Desde un punto de vista antropológico, en las culturas tradicionales la mayor parte de los conocimientos consistía en un saber local o cercano, trasmitido a través de la propia comunidad de pertenencia para preservarlo y guardarlo de su extinción.
Era inevitable que algunas ideas se difundieran más allá de ese espacio comunitario, pero eran procesos de difusión cultural muy lentos e irregulares en el tiempo. La comunicación como un motor más de trasformación social, y por tanto, más que información, dar un sentido a la confusión entre lo real e imaginario.
Ahora vivimos en la “parcela mundo”, un espacio aún más apretado que la “aldea global” que describía el sociólogo canadiense M. McLuhan. Sabemos de la vida de nuestros vecinos, pero además lo que está pasando a miles de kilómetros de nuestras casas en cualquier lugar del planeta con una progresiva abundancia de detalles. Hoy en día la comunicación es instantánea, fluye indivisiblemente paralela a nuestras vidas anestesiando a algunos de nuestros sentidos.
Pero ¿en realidad estamos tan bien comunicados e informados como pensamos?
Pienso que hemos llegado a un momento de la historia donde las realidades artificiales o virtuales se fusionan con la puramente humana, consciente de sus limitaciones, dando un giro más al determinismo tecnológico en la acción receptiva, creando una cultura de la comunicación cada vez más decadente, sociocultural-tecnológico e informativamente hablando, donde prima lo efímero y en muchas ocasiones la falta de sentido.
Paradójicamente la sociedad “mass media” nunca ha estado tan mal informada como lo está actualmente. En la contemporánea comunicación de masas todo vale, controlada por empresas y una política excedida de sus limitaciones carentes de toda ética.
Nos encontramos frente al productivo negocio de la trivialización de la comunicación en la realidad humana, que es convertida continuamente en un espectáculo dantesco hacia el espectador buscando un impacto emocional y exhibicionista. La comunicación esquizoide como un producto que se vende, consume y compite dentro del libre y deshumanizado mercado en la sociedad donde vivimos o creemos vivir.
Autor: Juan Gabriel Rodríguez Laguna
Twitter: @laguna_jg