Escrito por Silvia Martínez y Andrés López, educadores sociales.
Decía un marinero de pesca, ahora jubilado, que la juventud de ahora no tenía nada que ver con la de su época.
Y como dudaba de que su explicación no pudiera ser bien entendida, mostró unas fotografías en la que se veía él y sus compañeros faenando en alta mar frente a las costas de Tarifa, precisamente no pescando con la caña, sino con las manos.
Se trataba de la artesanía más primitiva con la que hasta hace poco se capturaban los atunes de forma tradicionalmente; hoy mejorada con la introducción de máquinas, cuya técnica se sigue denominando, la almadraba.
Y bien es verdad, que en aquellas imágenes que el viejo pescador mostraba, y que ahora con su rostro de arrugas en su piel hablaban por sí mismas, se veía una cuadrilla de pescadores subidos en aquellas embarcaciones de madera.
Eran verdaderos hombres musculosos que no se definían precisamente por ir al gimnasio a cultivar su cuerpo, sino por su «sacrificado» trabajo que los hacía corpulentamente fuertes; sin querer, y preparados para esa actividad que requería algo más que perseverancia.
Seguidamente, decía este viejo marinero, que antes la vida estaba en la calle, que incluso la gente encontraba trabajo porque había más contacto humano y que el boca a boca funcionaba sin lugar a dudas.
Incluso la gente estaba informada de todo lo que ocurría y no precisamente por la presencia de internet (que obviamente en aquella época nadie hablaba de eso), sino porque la gente hablaba en cualquier lugar: en pequeñas tiendas tradicionales, en las puertas de las casas mientras se tomaba el fresco, en los rellanos de los pisos, en el autobús, etc., cualquier lugar servía para hablar sobre algo.
Lo que venía a decir, es que entre la calle y su gente, tenía lugar la integración social a través incluso del juego, aquellos juegos que ahora no se ven ni se percibe por ninguna parte de nuestras ciudades.
La nueva generación de hace al menos una década, se caracteriza por la ausencia de niños y niñas jugando en las calles como hacía la generación de finales del pasado siglo.
El vociferar anunciaba que los niños estaban emocionalmente integrado en la competitividad de aquellos juegos, hoy tradicionales: saltar a una cuerda que alguien había recogido de algún lugar y había llegado de manera extraña a ellos, y que después se escondía en algún escondite para que al otro día se siguiera jugando aunque quien la encontrara no estuviera presente; o a hacer torres humanas donde los más ágiles trepaban hasta arriba y todos se sentían exitosos de haber conseguido grupalmente hablando, un objetivo en común; o jugar con una pelota de forma grupal tanto niños como mayores; o al fútbol en cualquier lugar y con porterías que podían ser imaginadas entre una señal y una esquina, o amontonando las sudaderas simulando ser referencias a los palos de una portería; o a las canicas o mables, haciendo con la yema del dedo un triángulo en la arena del suelo y jugando una cantidad de esas bolas; se jugaba con chapas al fútbol, lo que suponía que había que ir a bares, buscar por la calle o apremiar a tu familia a beber botellines para obtener las chapas y formar equipos de fútbol; o pintar con un trozo de tiza cuadrados en el suelo para jugar al “piso”.
Entonces era cuando se utilizaba la imaginación y con los colores de los lapiceros se pintaban los equipos sobre el reverso de la chapa; e incluso una simple caja de cartón servía para esconderse, o para construir una cabaña a base de otros restos de chismes u objetos que se encontrarán tirados en cualquier lugar de la calle.
El viejo marinero que se pasaba muchas horas del día en la calle, decía, que él mismo ha ido observando este periodo de transformación social.
Que incluso sus nietos son más sedentarios a consecuencia de las nuevas tecnologías, del nuevo orden social con el que se establece que cada vez más se exija más capacitación académica para conseguir un puesto de trabajo. Trabajo que casi nunca se corresponde con los estudios, y cuando se tiene la suerte de que se cumpla el objetivo deseado, se acaba viendo como la realidad no tiene nada que ver con las ilusiones con las que se alcanzó el trabajo.
Antes se estudiaba y los niños jugaban en las calles, y había tiempo para todo. Hoy es muy difícil tener tiempo para todo, porque perder el tiempo jugando en la calle, parece que es algo trágico, algo que no se pueden permitir los niños y que parece que hay que nacer sin perder el tiempo en disfrutar como tantos niños a lo largo de la historia han crecido, han sobrevivido y han llegado a tener sus propias familias; ¿vivir para trabajar o trabajar para vivir?, esa es la cuestión de este nuevo espacio público y social.
Sin excepción, todos deberíamos tener una infancia sin ser vetada, coaccionada o arrebatada de alguna forma. La infancia de un niño debería ser algo sagrado, pues es una etapa dentro de los estadíos evolutivos que tan bien describía J. Piaget para definir las distintas etapas que distinguen los procesos cognitivos desde el año cero que nace un niño, hasta su pleno desarrollo y vejez, etapas que nunca más volverán a repetirse en el ciclo vital y parece ser que no somos plenamente conscientes de una única realidad que cada uno/a de nosotros vivirá.
Por ello, tanto los juegos como los juguetes bien utilizados, no teniendo que ser los únicos acompañantes en la vida infantil, ayudan a los pequeños a desarrollar sus habilidades, y todo el potencial que necesitarán en las siguientes etapas de su historia, y en las que algunas de ellas, recordará y le marcará a lo largo de su vida adulta y vejez.
Jugar, correr, saltar o simplemente dar un paseo, es más que fortalecer al cuerpo, supone un proceso de asimilación que preexiste en su repertorio motor o para decodificar un nuevo evento basándose en experiencias, además, proporcionalmente favorece el desarrollo del mismo sujeto. Por este motivo, se insta en la necesidad del juego y a la participación en equipo, a la dinamización, a la creatividad y al contacto humanamente humano.
A veces, el nuevo orden del juego, va unido a una interacción virtual, lo que supone un estilo de vida que refuerza el sedentarismo y la comodidad. Incluso el uso de estos juegos tecnológicos, son utilizados erróneamente y perjudican directamente contra la salud de los niños/as de hoy. En cambio, desarrollar las habilidades psicomotrices, ese conjunto de destrezas que se adquiere a lo largo de la vida, es imposible lograrlo correctamente si los niños permanecen sentados durante horas jugando a videojuegos, chateando o wasapeando con sus cientos de miles de contactos de amigos, o de cualquier otra forma, manteniendo una condición sedentaria ante la gran posibilidad que ofrece la fisiología humana. Es que incluso cuando se aventuran a salir a la calle a jugar, puede que hasta los nuevos juegos, inciten a que ni siquiera tengan que hacer ejercicio físico, como son los nuevos patines eléctricos, por ejemplo.
Este nuevo espacio tecnológico sin un uso adecuado y sin manual de instrucciones, podría ser algo potencialmente dañino para el ser humano; quebrando las almas más cándidas e inocentes de la infancia de un niño que determinara su camino hacia la edad adulta, y que como viejo marinero, recordará y contará a sus descendientes.
Comprender el mundo y la sociedad que les rodea en los primeros años de sus vidas, es una ardua tarea en la que deben hacerse partícipes los pilares básicos y fundamentales de potentes agentes socializadores que estén por la labor de fomentar la dinamización, como deberían ser sus referentes familiares y los centros escolares, entre otros. Evitando de cualquier forma que las siguientes etapas donde los jóvenes alcancen una edad biológica de cambios, tengan unas referencias y adecuadas condiciones físicas o hábitos saludables, y si es al aire libre, será mucho más beneficioso.
Sabemos que los juegos y juguetes actúan como puente para el desarrollo de las habilidades y capacidades de los pequeños, pero hay que considerar que pocas personas lo utilizan de forma adecuada. En cierta manera, vivimos en una sociedad que todo surge muy deprisa, y donde parece ser que no hay tiempo para compartir las ideas creativas con los niños/as, así que este nuevo orden de las reglas del juego, es de alguna manera, dejar a merced de los pequeños en el “cómo” tienen que jugar o el “cuándo” deben parar.
Los niños son todo o nada, espontáneos como ellos solos y creativos como nadie, pero lamentablemente no hay tiempo para conocer y extraer ese potencial que un niño/a algún día despertará cuando sea quizás adulto, ya un poco tarde. Pues los niños son niños, y como tales, sus cuerpos están diseñados por pura selección natural, para crecer y desarrollarse fuertemente mediante sus capacidades anatómicas como homos que son, y no para quedarse tirados en un sofá durante horas enganchados a la caja televisiva que nunca duerme.
¿Qué tienen los nuevos juguetes? Pues es cierto que estos nuevos juguetes son atractivos y donde el fabricante ya lo comercializa con la creación artística de alguien que lo diseña, y su forma de presentación tientan a las ganas de consumarlo, y quizás incluso hasta de probarlos. Pero si observamos detenidamente las veces que un niño/a juega con sus juguetes, rápidamente se sacarían conclusiones que a veces nos acercaríamos a la estupidez. Además, esto nos hace cada vez menos prácticos e inútiles como seres sapiens sapiens; todo está inventado y sólo hay que consumir y consumir.
¿Por qué ocurre esto ahora? Las cosas se obtienen tan fácilmente que no se les da valor, se le resta importancia incluso al valor económico de lo que se invierte por un objeto de ocio que tiene una vida de atracción muy corta. Parece que no importa la cantidad de dinero que se haya invertido, y simplemente se desecha el juguete o el juego, sin darle más importancia que lo que es: un juguete que tiene manual de montaje, pero no tiene manual de cómo usarlo y divertirse correctamente.
Quizás la época del siglo pasado no era como la de ahora, pero tampoco se pretende mirar antropológicamente al pasado y reconvertirlo al presente. Si no que se reflexione sobre los nuevos juegos infantiles, adolescentes e incluso adultos. Es esencial buscar de alguna manera, el equilibrio entre el mundo tecnológico, el juego y la puesta en marcha de un desarrollo más activo de los niños/as. Y mientras el mundo sigue su curso, los educadores/as sociales que han crecido con el juego de calle y son plenamente conscientes de este nuevo espacio virtual que ya presenta una importancia falta de reeducación, reclaman a la industria juguetera, que los diseños sean más dinámicos y pensados para que los niños/as tengan un desarrollo más lúdico. También, donde la creatividad suponga lo que puede ocurrir con un simple papel en blanco y unas manos:
“Ágiles dedos se escurren sobre un trozo de papel blanco que, por más que intento, casi no puedo divisar. Lo doblan, lo abren y lo vuelven a doblar y… a penas unos minutos más tarde, sin darme cuenta, y solo a unos pocos centímetros de mis ojos ¡mi primer avión de papel!»
Aún recuerdo aquellos objetos mágicos que se solían hacer con un trozo de periódico o de una cuartilla de libreta usada; un barco, el comecocos, la clásica grulla o un avión que surcaba los aires, a veces con mis manos detrás y otras volando por el balcón, hasta caer a tierra y volver a construir nuevos aviones sofisticados, donde se pensaba, se creaba y se volvía a pensar. Pero aquellos, eran otros tiempos.