Retomando la pregunta inicial de este trabajo, digamos que para evitar un etnocentrismo categorial, conviene aclarar como nombramos a la disciplina.
Así lo hacen Restrepo y Escobar en su artículo, adjetivando a las antropologías como hegemónicas, subalternas o subalternizadas.
Incluso planteando una definición de antropología en el mundo que la sacaría del campo de las disciplinas sociales y la ubicaría en otro lugar como un discurso en diálogo o construcción con otro tipo de saberes no académicos.
En este sentido Alejandro Grimson y sus colegas reflexionan en su artículo sobre el poder de la nominación como una de las formas más arraigadas y ocultas que marca la imposibilidad de descentrarse.
Para ellos nombrar es luchar, definirse y definir al otro, darle y darnos un límite, (Grimson, Merenson, Noel, 2011:15) Bruno Latour hace lo propio definiendo a la antropología, en un juego de adjetivaciones que apunta a desenmascarar o desarmar la definición moderna de esta disciplina como científica, social y cultural (Latour Bruno, 2007).
Pratt y Abu-Ludhog plantean también sus preferencias por las definiciones de antropología.
Pratt parece invitarnos a revisar si nuestra definición no sufre de algún uso “monopólico de las categorías”, mientras que Abu-Ludhog nos insta a incluir en la definición a una antropología que aborda un objeto (la televisión) muchas veces ninguneado por los antropólogos.
Retomando la escena del bar con mis amigos, podríamos decir que una buena síntesis de lo conversado sería pensar que ya sea que hablemos de Antropología (con mayúscula y en singular), de las antropologías (con minúscula y en plural) o bien de sus variadas adjetivaciones (hegemónica, poscolonial, clásica, contemporánea, posmoderna, etc.), lo importante es entender que en todos los casos se parte de una definición particular, a la que es necesario contextualizar e historizar.
Este texto ha sido escrito por Daniel Daza